Todos (y quien diga que no, no diré que miente, pero le cuestiono) tenemos inseguridades o complejos. Esas inseguridades pueden ir variando en el tiempo, porque todos estamos en constante cambio, a veces físico y siempre mental…
Muchas veces, después de un proceso de pérdida masiva de peso, podemos caer en la trampa del pensamiento de que «deberíamos estar agradecidos» porque venimos de un físico menos normativo y ahora estamos muy bien. Y es cierto, pero sentir inseguridades o tener complejos no implica ser desagradecidos con el proceso.
Parece que por el hecho de haber alcanzado (o no) cierto objetivo, se invalida la posibilidad de sentir inseguridad. A veces en los Instagram bariátricos parece que cuando estás delgada o te haces alguna reconstructiva, se acaba el proceso… y vendemos humo. Este no es un proceso que solo trate del físico y uno no sana por alcanzar ese objetivo. De hecho, algunas veces no se alcanza, y vender la idea de «seguridad absoluta» o «final del camino» no solo supone tremenda presión sobre nosotras mismas, sino un engaño para quien al ver un proceso se inspira.
La lucha con la dismorfia, las inseguridades y las expectativas es «para toda la vida», y no es justo con nosotros mismos cerrarnos la puerta a poder trabajar en esos complejos bajo una bandera de malentendido agradecimiento.
Este proceso tiene mucho que ver con lo psicológico, con sanar quién somos, qué nos llevó a la obesidad y nuestra relación con la comida y con el entorno social.
Por eso muchas veces me molesta que hablemos de los pequeños objetivos como «cierre de proceso», porque creer que hemos acabado es el principio del autoengaño, cosa que muchas veces nos llevó al punto de partida.